lunes, julio 28, 2003

Efectivamente, la literatura es casi siempre una tabla de salvación, un baúl de pañizuelos siempre dispuestos para enjugar nuestras lágrimas. Pero para algunos la literatura también es enfermedad; leer mucho aporta una clarividencia a veces difícil de soportar en un mundo tan pragmático como el nuestro. Cesare Pavese -que nos dejó el agridulce sabor del Po en obras como El diablo en las colinas- no pudo soportarse y se suicidó empachado de literatura. Era algo previsible en alguien que escribió "Vendrá la muerte y tendrá tus ojos": si yo tuviese esa certeza, seguramente me pegaría un tiro inmediatamente. Sin embargo, volvemos la página y leemos: "Es oscura la mañana que pasa / sin la luz de tus ojos".
Eso es la literatura: una de cal y otra de arena.
Hablaba anteriormente de viajes y viajeros literarios, cuyo paradigma es, por supuesto, el Quijote. Muy cerquita en el espacio y el tiempo de tan ilustre itinerante tenemos al Guzmán de Alfarache, obra injustamente relegada al ámbito académico -bien es cierto que pocos lectores de best-sellers se atreverían con la densidad literaria de esta obra- pero que reserva siempre sorpresas a lectores y relectores -como decía Italo Calvino (Por qué leer a los clásicos), sólo son clásicos aquellos libros que siempre nos aportan una nueva lectura por mucho que los leamos-.
Y nos dice Mateo Alemán entre las líneas del Guzmán:

Débense buscar los amigos como se buscan los buenos libros. Que no está la felicidad en que sean muchos ni muy curiosos; antes en que sean pocos, buenos y bien conocidos

Es un elogio de la excelencia en la virtud de la amistad. Para todo tiene respuestas la literatura. ¡Y pensar en la cantidad de gente que gasta su dinero en psicoanalistas o en libros de autoayuda, cuando un clásico -a 6 € la edición de bolsillo- resuelve cualquier destino por intrincado que se halle!

domingo, julio 27, 2003

Hoy he cenado con Peter Mayle. No, no es que me codee con escritores de manera asidua. He cenado queso de cabra y tomatitos sazonados con hierbas de Provenza y regados generosamente con aceite de oliva virgen, y ese placer del paladar me ha llevado a otro placer lector: Un año en Provenza
¡Qué extraño!, ¿no?; en las dos últimas ocasiones he traído a colación libros de viajeros (eso sin contar a Cervantes, otro viajero a su pesar). El libro de Mayle es una invitación a la vida, al disfrute de los placeres cotidianos. En la búsqueda del autor por encontrar el secreto de la felicidad, uno puede descubrir también el valor de nuestros pequeños detalles. Así, mientras esta noche saboreaba un plato tan simple, mi alma volaba hasta el sur de Francia y se impregnaba de recuerdos y aromas que nunca podré olvidar.
Así que ya saben: vino, queso, tomate y aceite pueden dar la fórmula del buen vivir.

viernes, julio 25, 2003

Recomiendo vivamente la lectura de La Biblia en España de George Borrow. No se asusten, pues no se trata de ningún ejercicio de catequesis o apostolado. Son las andanzas de Don Jorgito el inglés por la España de 1830 y pico vendiendo la versión del Nuevo Testamento sin las anotaciones canónicas-católicas. Es un viaje apasionante, no sólo por el retrato de una España sacudida por las guerras carlistas, las partidas de bandoleros, los entresijos políticos, etc., sino también por la indagación en la fuerza de voluntad de un personaje histórico al que no vencen lás más terribles asechanzas. De especial interés es el reflejo del ambiente gitano (Borrow era un políglota excepcional que tradujo las Escrituras al caló, además de dominar varias otras lenguas, entre ellas el ruso o el vasco), donde se puede apreciar cómo se perpetúa el desencuentro entre las culturas paya y gitana.
También es una apología de la lectura, de los libros y de la libertad de pensamiento. Borrow recoge así una conversación con un librero:

Los libreros españoles somos todos liberales; no somos amigos del sistema frailuno ni podríamos serlo. Los frailes favorecen las tinieblas, y nosotros vivimos de esparcir la luz. Somos muy amantes de nuestra profesión, y más o menos todos hemos padecido por su causa

¿Quiénes serían ahora esos frailes que favorecen las tinieblas? ¿Nos tocará seguir sufriendo por la causa lectora?
Cambiando de tercio, he rescatado del olvido la mini-novela La soledad del corredor de fondo de Allan Sillitoe, y me han venido a la cabeza todos esos tipos extraños de la literatura, individuos más o menos pintorescos en los que, por encima de su "anomalía social", brilla la auténtica libertad del ser humano, el verdadero ejercicio del libre arbitrio. Con ese muchacho que no para de correr cabalgan Holden Caulfield, Ignatius Reilly, Bartleby y tantos otros. Ya tendré tiempo de hablar de los "extraños" de nuestra literatura.

jueves, julio 24, 2003

Son días de verano, con tiempo -demasiado- para casi todo, menos para leer. Tengo que seleccionar las lecturas, a modo homeopático y procurarme en dosis minúsculas triacas para el mal de montano (Vila-Matas, ¡cuánta razón tienes!).
Y qué mejor remedio para grandes males que el Quijote. Probad a abrir al azar una página y deleitaos con líneas que siempre han de sorprender:

"... seguirle tengo: somos de un mismo lugar, he comido su pan, quiérole bien, es agradecido, diome sus pollinos y, sobre todo, yo soy fiel; y así, es imposile que nos pueda apartar otro suceso que el de la pala y azadón" (II, 33)
Así habla Sancho a la Duquesa después de que ésta le pregunte por qué sigue a su amo si, como le ha revelado el escudero, sabe que está bastante loco. Las palabras de Sancho, las de Cervantes, son una excelente definición de la amistad desinteresada (aun teniendo en cuenta el detalle de los pollinos).
¡Ah, el verano! Ya no puede uno ni retirarse a Sierra Morena sin encontrársela okupada por hordas de turistas enfebrecidos.

miércoles, julio 23, 2003

Empezar un cuaderno de creación mientras la tele nos tortura con el grand prix del verano tampoco es uno de esos momentos estelares en la vida de uno. Debería utilizar de fondo programas como metrópolis, negro sobre blanco?, ana y los siete... ¡Hay que ver cómo está la tele! A veces me pregunto por qué la gente no lee más. ¿Planes de fomento de lectura? ¡Qué va! Yo obligaba -y digo obligar, como en el trabajo, fichando y todo eso- a la gente a ver determinados programas todos los días; al cabo del tiempo se crearían clubes de insumisos televisivos, sindicatos contestatarios reclamando horas de lectura, lectores okupas. Prohibir la lectura sería lo mejor que podríamos sufrir tal y como están las cosas.
Hoy comienza esta bitácora
Este título un tanto absurdo y a la vez tautológico quizá no sea el mejor modo de empezar en estas lides informáticas pero, bueno, de alguna manera hay que romper el hi-e.-lo (¿se podrá llamar así el vacío lleno de bytes?)