domingo, febrero 26, 2006

Interesan películas y libros inútiles. Bajo la excusa de que uno va al cine o lee un libro para pasar el rato y no para calentarse la cabeza, se comenten todo tipo de atrocidades contra el sentido común, el sentido artístico o, simplemente, contra la más mínima inteligencia humana.
Que la buena literatura y el buen arte suponen un ejercicio de libertad lo han entendido desde siempre en todas las culturas. De ahí que todos los poderes, también, hayan tratado de limitar ese ejercicio de creación y recreación lectora.
Mandamos y defendemos, que ningún librero ni impresor de moldes, ni mercaderes, ni factor de los suso dichos, no sea osado de hacer imprimir de molde de aquí adelante por vía directa ni indirecta ningún libro de ninguna Facultad o lectura o obra, que sea pequeña o grande, en latín ni en romance, sin que tenga para ello nuestra licencia y especial mandado (...)
Ni sean asimismo osados de vender en los dichos nuestros Reynos ningunos libros de molde que truxeren fuera dellos (...) sin que primeramente sean vistos y examinados por las dichas personas [obispos y arzobispos encargados de la censura], o por aquellos a quien ellos lo cometieren, y hayan licencia dellos para ello; so pena que por el mismo hecho hayan, los que los imprimieren sin licencia, o vendieren los que truxeren de fuera del Reyno sin licencia, perdido y pierdan todos los dichos libros, y sean quemados todos públicamente en la plaza de la ciudad, villa o lugar donde los hubieren hecho, o donde los vendieren; y más pierdan el precio que hubieren rescibido, y se les diere, y paguen en pena tantos maravedís como valieren los dichos libros que así fueren quemados.

Una Pragmática de los Reyes Católicos que confirma que los peores peligros que sufren los poderosos suelen venir más del pliego que del acero.

sábado, febrero 25, 2006

Imposible dedicar tiempo a estas labores. Sobre todo si estas malditas tecnologías se empeñan en no funcionar a tutiplén como se les exige (y como se le abona a la compañía correspondiente). Ando metido en la lectura de Fortunata y Jacinta, el novelón de Pérez Galdós -¡qué injusta boutade la de Valle-Inclán, llamándolo don Benito, el garbancero!
Hoy reflexionaba también sobre la artificiosidad de los géneros literarios, sobre la pesadez de los críticos y, en general, sobre el insistente vicio humano de clasificar y ordenar todo en cajoncitos con marbete florido. En el mismo género incluyen la Odisea, el Cantar del Mío Cid, los Cronopios, los milagros de Berceo y Crimen y castigo; en otro aparecen Catulo junto a Unamuno o Celaya; lo dicho, cajones para guardar trastos inútiles. Quienes leen, quienes disfrutan de la lectura, pasan por encima de los géneros, los ignoran y, si es preciso, los pisotean. Personalmente, considero igual de deleitoso un poema que un microrrelato; la Celestina o Cien años de soledad; Campos de Castilla o el Buscón. Para gustos se hicieron los colores y para alimentar a los críticos, los géneros.