sábado, noviembre 11, 2006

Cuantas más palabras ajenas tengo, menos espacio les queda a las mías. Parece que hable un idioma extranjero, que viva todos los días en una lengua que no es la mía, que todo sea un esfuerzo baldío por entenderme con extraños.
No me encuentro la voz de tanto oírme en ese falsete. Me salen gallos cuando me pongo grave y corro serio peligro de que nadie me tome en serio.
Así lleno cuartillas en inglés, francés y arameo, hojas sin sentido que sólo sirven para olvidarme de cómo sonaba mi voz, de qué aspecto tenían mis letras.
Sólo me consuela una cosa: el hecho de estar solo hace que no importe qué lengua hable, pues no ha de escucharme nadie más que yo.