jueves, abril 05, 2007

Libros, libros, libros, libros...
El tercer policía, de Flann O'Brien, sorprendente, distinto, con engaños, con cierta burla de los críticos serios, si los hay, una vuelta de tuerca a la narración convencional.
Estambul, de Orhan Pamuk, me descubre una ciudad desconocida, llena de sabores, a la altura del universo literario tejido alrededor de Nueva York o París, pero a la turca, y que entronca con mis lecturas de Galdós y Baroja.
El profesor, de Frank McCourt, muestra algunas de las experiencias que vivo a diario, satisface la curiosidad morbosa de ver a los otros en el trance docente y, sobre todo, ratifica algunas de las premisas educativas que pocas veces me atrevo a compartir con mis colegas.
Llámame Brooklyn, de Eduardo Lago, metaliteratura, metanarración, metáforas de la escritura al modo de muñecas rusas, con personajes-símbolo que se escriben y se fingen a sí mismos (creo que Frank, el dueño del bar, constituye el mayor logro narrativo de la novela, con esa labor de director de orquesta, de demiurgo sin saberse tal).

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