martes, julio 24, 2007

Hay personajes de novela que configuran auténticos arquetipos universales. Don Juan, Emma Bovary, Raskolnikov, don Quijote...
La primera novela de Luis Landero fue Juegos de la edad tardía. La leí prácticamente al comienzo de mi carrera como filólogo, lo que la convirtió en una especie de acto fundacional. Es una novela sobre el acto de escribir, pero también sobre la realidad y la ficción, una novela llena de personajes herederos de Cervantes, una magnífica novela.
He leído después todas las novelas que ha ido publicando Landero a lo largo de los años. No han sido muchas, es verdad, ni tan buenas creo como la primera, aunque todas tienen ese toque cervantino que las hace apreciables.
Y también en todas ellas aparecen unos personajes con dobleces y llenos de humo. En la última de ellas, Hoy, Júpiter, que se acaba de publicar, se entrecruzan las historias de dos personajes marcados por la obsesión de un futuro que nunca llega, cada cual con su meta particular, tan distinta, tan parecida, como en la vida misma. Y un fondo de personajes secundarios también de retablo cervantino, máscaras, ficciones, engaños y humo, mucho humo.
Ha sido una novela extraña, un poco lenta y, a veces, sobredimensionada. Sin embargo, me parece que Landero ha reencontrado con acierto aquel camino que emprendió hace años. Y vuelve no sólo a Cervantes, sino a Calderón, a Góngora, a Quevedo, al humo, la sombra, la nada.

Crédito de la imagen: www.flickr.com/photos/62518311@N00/653742902

sábado, julio 14, 2007

Los veranos tienen algo de suicida. He terminado de leer Tokio blues (Norwegian wood) de Haruki Murakami, una novela sobre la que planea siempre un suicidio. Me ha gustado el ambiente, la banda sonora, las sensaciones que casi se palpan entre sus líneas, todo ese erotismo mórbido e ingenuo a la vez.
En cuanto al suicidio, cualquier adolescente tiene derecho a pensar alguna vez en ello. Es necesario reflexionar sobre nuestro propio poder como bestias humanas, sobre el alcance de nuestros actos extremos. Al entender esa posibilidad de aniquilación del yo, facilitamos la configuración de nuestra identidad como adultos. Quizá los suicidas no sean más que adultos que, por no poder regresar a su adolescencia incompleta, acaban ejerciendo su desmedido poder.
Y Tokio blues satisface ese regreso a la adolescencia, pues es una novela de aprendizaje, como una Bildungsroman a la antigua usanza. Pero también es una novela sobria y morosa, con el ritmo preciso para deleitarse en las palabras medidas del personaje. Y, para mayor satisfacción, es una novela intertextual, llena de guiños al lector y al oyente de libros y música de los últimos treinta años.
Y mientras uno lee, no para de pensar en lo solos que se quedan los muertos, siempre con sus eternos dieciocho o veinte años, siempre.

Crédito de la imagen: www.flickr.com/photos/37921614@N00/105827661