jueves, abril 24, 2008

El ritmo de las cosas. Se trata de una sensación extraña, contradictoria. Me siento hiperactivo durante todo el día; agoto mis posibilidades; exploto mis recursos. Sin embargo, llega la noche y se apodera de mí la pereza. Me entrego al dulce vagar por tareas inútiles, insustanciales, la banalidad de los minutos que se pierden en un pestañeo.
Me remuerde levemente la conciencia pensar que podría aprovechar mi tiempo en grandes empresas para las que estoy capacitado. Que podría llevar a cabo mil proyectos atractivos. Ideas que llevan tiempo ocupando la bandeja de tareas pendientes.
Pero aquí me quedo, viendo pasar las horas, abandonado a la molicie de los desocupados. Y una parte de mí se siente feliz por este pequeño placer, por este perezoso pecado.

miércoles, abril 09, 2008

Mis últimos minutos del día están siempre ligados a las palabras. Leer, escribir, repasar líneas con la mirada o con la mano, crear o recrear.
No recuerdo otros finales de día. Incluso en mis años de calavera. En la mesita de noche siempre ha habido un libro. Y muy cerca una libreta. Ahora es el teclado del ordenador, sobre todo.
Dormirse acunado por las palabras es un gran consuelo ante la realidad cotidiana. Cada palabra abre un mundo en el que perderse, en el que encontrarse.
Muchas noches llego agotado al dormitorio. Me tumbo y apago la luz, pero me consume el remordimiento, la infidelidad a esas páginas que esperan ser leídas o escritas. Enciendo de nuevo la lamparilla. Leo, escribo... y descanso.