
He llegado a varias conclusiones, aunque algunas prefiero rumiarlas y darles forma con serenidad. Sin embargo, es ya un hecho que me estoy haciendo un sibarita de los libros. Y digo de los libros y no de la lectura porque sigo leyendo de todo, lo que ocurre es que ya no compro libros como antes. Quizá estoy dominando el deseo compulsivo de acumular libros, de almacenar tomos comprados sin ton ni son en librerías de viejo, en rastrillos, en la cuesta Moyano.
En mis estadísticas veo que compro muchos, muchos menos libros. De igual modo, al comprar menos, no me importa pagar a precio de novedad. Fíjate, yo que siempre he vivido de libros de bolsillo...
Y ahora, me da un poco de miedo que esa evolución me lleve hacia libros caros, rarezas, joyas bibliográficas. Tal vez acabe convertido en un maníaco coleccionista que asesina a viejos libreros para apoderarse del Necronomicón, o de la Comedia de Aristóteles. Mientras tanto, seguiré leyendo un rato para aplacar a ese monstruo insaciable que crece y crece en mi interior.