
El tercer policía, de Flann O'Brien, sorprendente, distinto, con engaños, con cierta burla de los críticos serios, si los hay, una vuelta de tuerca a la narración convencional.
Estambul, de Orhan Pamuk, me descubre una ciudad desconocida, llena de sabores, a la altura del universo literario tejido alrededor de Nueva York o París, pero a la turca, y que entronca con mis lecturas de Galdós y Baroja.
El profesor, de Frank McCourt, muestra algunas de las experiencias que vivo a diario, satisface la curiosidad morbosa de ver a los otros en el trance docente y, sobre todo, ratifica algunas de las premisas educativas que pocas veces me atrevo a compartir con mis colegas.
Llámame Brooklyn, de Eduardo Lago, metaliteratura, metanarración, metáforas de la escritura al modo de muñecas rusas, con personajes-símbolo que se escriben y se fingen a sí mismos (creo que Frank, el dueño del bar, constituye el mayor logro narrativo de la novela, con esa labor de director de orquesta, de demiurgo sin saberse tal).
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