Dice Elias Canetti en uno de sus aforismos:
Hay cierta tristeza en las palabras desnudas, pero yo no soy sastre, y antes que probarles un traje prefiero seguir triste.
Palabras desnudas con las que vivimos día a día y que se convierten en nuestra residencia, un patrimonio del que no nos podemos desprender, que nos acompaña a lo largo de la vida, para bien o para mal, y al que, a menudo, volvemos una espalda resignada.
Palabras desnudas que nos ayudan a amar y a odiar, filos de navaja, plumas, acero, carbón. En esa desnudez con la que impúdicamente nos relacionamos con los demás, las palabras abren caminos o dinamitan puentes, arañan, escupen, acarician, arropan.
Son las palabras nuestro lecho; estación de llegada o tránsito de estos caminantes cansados que hablan o escriben. Y, de tanto vivir en ellas, acabas tomándoles cariño. Para terminar enamorado como un bobo de tus palabras, de todas las palabras.
Como también decía Canetti:
Algunas palabras tienen tantos sentidos que vale la pena haber vivido sólo para conocerlas.
Porque, ¿habría mundo si no hubiese palabras?
miércoles, diciembre 07, 2005
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