sábado, febrero 25, 2006

Imposible dedicar tiempo a estas labores. Sobre todo si estas malditas tecnologías se empeñan en no funcionar a tutiplén como se les exige (y como se le abona a la compañía correspondiente). Ando metido en la lectura de Fortunata y Jacinta, el novelón de Pérez Galdós -¡qué injusta boutade la de Valle-Inclán, llamándolo don Benito, el garbancero!
Hoy reflexionaba también sobre la artificiosidad de los géneros literarios, sobre la pesadez de los críticos y, en general, sobre el insistente vicio humano de clasificar y ordenar todo en cajoncitos con marbete florido. En el mismo género incluyen la Odisea, el Cantar del Mío Cid, los Cronopios, los milagros de Berceo y Crimen y castigo; en otro aparecen Catulo junto a Unamuno o Celaya; lo dicho, cajones para guardar trastos inútiles. Quienes leen, quienes disfrutan de la lectura, pasan por encima de los géneros, los ignoran y, si es preciso, los pisotean. Personalmente, considero igual de deleitoso un poema que un microrrelato; la Celestina o Cien años de soledad; Campos de Castilla o el Buscón. Para gustos se hicieron los colores y para alimentar a los críticos, los géneros.

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