jueves, abril 27, 2006

He dejado pasar los días como un largo tren de mercancías cargado de recuerdos ruidosos. Acunado por el golpeteo monótono de las ruedas en las juntas, con la leve disonancia de algún eje travieso, me dormí en mis laureles. Ha sido un sueño galdosiano, de Fortunata y Jacinta peleando por su hombre, defendiendo sus pasiones, cada una la suya, tan iguales, tan distintas, mientras yo roncaba como un cerdo.
Así se me ha pasado hasta el día del libro, con sus voceríos y sus aires de mercachifle -qué bonita palabra para el certamen de la escuela de escritores; ¡mira que ganar 'amor',tan boba, sosa y cursi!-.
Pero mis olvidos se asubsanan siempre con una cita reparadora -una citirita- que me redime de mis largas ausencias. Como homenaje al libro, ahí os dejo una reflexión de Antonio Muñoz Molina:

'Basta tenerlos, saberlos dóciles al recuerdo o al gesto de la mano detenida en el aire que escoge un volumen o simplemente comprueba que siguen en su lugar exacto, basta percibir el orden y el numeroso silencio y oler el aire que los libros habitan, que tiene la misma quietud que el de las salas de los museos cuando se cierran sus puertas y los personajes de los cuadros quedan mirándose entre sí desde los balcones del tiempo. Como las estatuas, como todas la cosas inmóviles que cotidianamente nos acompañan y nos miran, en la oscuridad y en la noche los libros suelen agrandar su presencia, y uno es entonces el guardián ciego que los toca y los adivina y no puede verlos, igual que Borges en su biblioteca de Buenos Aires'.

Buenas noches.

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