sábado, julio 14, 2007

Los veranos tienen algo de suicida. He terminado de leer Tokio blues (Norwegian wood) de Haruki Murakami, una novela sobre la que planea siempre un suicidio. Me ha gustado el ambiente, la banda sonora, las sensaciones que casi se palpan entre sus líneas, todo ese erotismo mórbido e ingenuo a la vez.
En cuanto al suicidio, cualquier adolescente tiene derecho a pensar alguna vez en ello. Es necesario reflexionar sobre nuestro propio poder como bestias humanas, sobre el alcance de nuestros actos extremos. Al entender esa posibilidad de aniquilación del yo, facilitamos la configuración de nuestra identidad como adultos. Quizá los suicidas no sean más que adultos que, por no poder regresar a su adolescencia incompleta, acaban ejerciendo su desmedido poder.
Y Tokio blues satisface ese regreso a la adolescencia, pues es una novela de aprendizaje, como una Bildungsroman a la antigua usanza. Pero también es una novela sobria y morosa, con el ritmo preciso para deleitarse en las palabras medidas del personaje. Y, para mayor satisfacción, es una novela intertextual, llena de guiños al lector y al oyente de libros y música de los últimos treinta años.
Y mientras uno lee, no para de pensar en lo solos que se quedan los muertos, siempre con sus eternos dieciocho o veinte años, siempre.

Crédito de la imagen: www.flickr.com/photos/37921614@N00/105827661

1 comentario:

María Paz Díaz dijo...

Es muy dificil elegir entre seguir siendo un niño o dejar de serlo, porque aún no sé lo que es ser adulto.
Deben ser esos momentos en los que no me gusto nada.