sábado, diciembre 01, 2007

Hay cierto placer oculto en pasear a solas por la ciudad. Con ese ritmo tranquilo, casi sospechoso. Caminar sin rumbo. Contarte historias en silencio. Detenerte en una esquina sin saber qué camino tomar. Confieso que alguna vez he tenido que disimular, hacer como que esperaba a alguien, mirando el reloj, con cara de extrañeza. Era joven y me preocupaba lo que pensaban los demás. Ya me da igual. Ahora, me compensa el placer de vagabundear por las calles solitarias cuando la ciudad está en sus casas, frente a la cena, en el sofá. Sentir el golpe de viento frío al torcer la esquina. Oír mis pasos repetidos. Y cuando regreso a casa, vuelvo con la sensación del adúltero, con la leve culpa de un engaño que nunca lo fue. Y con la memoria llena de conversaciones conmigo mismo.

Imagen original: www.flickr.com/photos/17513020@N00/555750344

2 comentarios:

Talín dijo...

Yo también he sentido a veces sensaciones similares.

No iguales, ¡que exageración por mi parte sería!, porque sería la destrucción del individuo. Que es casi como decir del hombre.

Aunque sin negar que somos muy parecidos los seres humanos, sin dejar de ser por ello diferentes.

María Paz Díaz dijo...

A veces me sorprendo buscando entre la gente, es como si supiera que sólo tengo que mirar en la dirección adecuada y allí estará, cruzaremos la mirada y sabremos que por fin nos hemos encontrado... pero nunca ocurre.