miércoles, abril 09, 2008

Mis últimos minutos del día están siempre ligados a las palabras. Leer, escribir, repasar líneas con la mirada o con la mano, crear o recrear.
No recuerdo otros finales de día. Incluso en mis años de calavera. En la mesita de noche siempre ha habido un libro. Y muy cerca una libreta. Ahora es el teclado del ordenador, sobre todo.
Dormirse acunado por las palabras es un gran consuelo ante la realidad cotidiana. Cada palabra abre un mundo en el que perderse, en el que encontrarse.
Muchas noches llego agotado al dormitorio. Me tumbo y apago la luz, pero me consume el remordimiento, la infidelidad a esas páginas que esperan ser leídas o escritas. Enciendo de nuevo la lamparilla. Leo, escribo... y descanso.

3 comentarios:

María Paz Díaz dijo...

Hace tiempo que no tengo un libro sobre la mesita de noche, leo en el ordenador, pero no es lo mismo.

Tengo que retomar esa costumbre, dormía mucho mejor.

Joselu dijo...

Compartimos esa afición, esa pasión y esa inquietud: la necesidad de la palabra escrita para acceder al sueño que se convierte en un nuevo mundo hecho esta vez de imágenes poderosas y no palabras.

antonio dijo...

El placer de un libro real, el aleteo de sus hojas, el olor del papel, la borrosa confusión de las líneas cuando tienes sueño, son insustituibles. No te prives de ellas, amiga mía.
Y a Joselu, gracias por tu visita y tus palabras, siempre sabias, siempre solidarias en gustos y aficiones.