martes, julio 15, 2008

Pasé la tarde leyendo mis cartas y reflexiones de hace años. No me reconocía en aquellas líneas. El tiempo había roto todo lo que en ellas se exaltaba, las dichas y las cuitas. Estaba leyendo los desvaríos de un extraño, de otro que no era yo.
Traté de aprovechar al menos unas líneas, alambicadas. Pero me resultaba todo tan impúdico que apenas pude anotar unos versos con las aristas limadas.
Ahora sé que tengo guardadas en el armario un puñado de libretas ajenas, el testamento de alguien que murió hace años. Y no sé si estuvo vivo alguna vez.

1 comentario:

María Paz Díaz dijo...

Conozco bien esa sensación, pero sería como admitir que cada peldaño que subimos hace desaparecer los anteriores, pueden resultar ajenos, pero sin ellos no existiría la escalera.