sábado, noviembre 12, 2005

Hoy se manifestaron en Madrid cientos de miles de personas azuzadas por la jerarquía eclesiástica y por los poderes más retrógrados del país. Lo hicieron en contra de una ley de educación. No pretendo defender esa ley, que nace manca, tuerta y coja como (desgraciadamente) tantas otras. Lo que me indigna es que esos obispos, curas, beatos meapilas cargados de hipocresía y otras gentes engañadas bajo el señuelo de la buena voluntad, salgan a las calles ahora, y no para hacer lo propio contra la pobreza en el mundo o contra los intereses multinacionales bajo los que se explota a millones de niños, o contra una maldita guerra no tan lejana en la que nos metieron por la cara.
Y hoy los tenemos ahí con su zafio corporativismo, pues lo que en realidad defienden es, cómo no, la pasta, el vil metal que Jesucristo condenó hasta la saciedad. Si quieren hacer apostolado, que lo hagan desde los púlpitos y no desde las aulas, que ya bastante tenemos con lo que tenemos como para consentir una vuelta a la comunión Iglesia-Estado. Y que no tengan el morro inconmensurable de exigir mayor financiación de la que tienen, que por no pagar no pagan ni contribuciones inmuebles, mientras más de uno de sus fieles vive a la intemperie a la sombra de sus templos.
La escuela para aprender y formarse como ciudadano. La iglesia para la fe. Si es que son capaces de convencer todavía...

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