jueves, diciembre 15, 2005

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A vueltas una y otra vez con la Ley de Educación, siguen oyéndose barbaridades de uno y otro lado. Los más pacatos insisten en los derechos de los padres a elegir colegio para sus niños, colegio privado pagado con dinero público, colegio que se permite reservar el derecho de admisión, con lo que acaba convertido en una reserva de niños-clasemedia, en demasiadas ocasiones mimados -o alejados de la suciedad- a costa de los impuestos de todos.
Pero también los más progresistas pecan de roussonianos e insisten en una educación con igualdad para todos, negando la evidencia de que no todos somos iguales, que ni siquiera la sociedad que espera a los chavales cuando salgan de los estudios se cree eso de la igualdad y, simple y llanamente, va a seleccionar a los mejores y se va a deshacer del resto. ¿Por qué engañarlos, entonces, con vanas palmadas en la espalda durante tantos años? ¿De qué sirve obligar a un chaval a permanecer en un instituto durante cuatro o seis años, las manos en los bolsillos, escuchando historias que se la traen floja, en lugar de prepararse para la vida civil? Porque lo que no se cree nadie es que las enseñanzas actuales preparan a los jóvenes para la vida adulta. De eso, nada. Sólo sirven a un bajo porcentaje que obtendrá provecho de ellas, mientras la gran mayoría pasa esos años sin pena ni gloria, soportando y sufriendo un sistema diseñado por adultos que miran hacia otro lado.
Casi no me queda tiempo para hablar de la religión en las aulas, algo que crispa al más pintado. Me decía el otro día una amiga mía, francesa y muy cerca ya de los cincuenta años, que ella estudió en Francia en un colegio de monjas y que, como es obvio en ese tipo de centros, tenía la asignatura de religión, aunque no era evaluable. Un día, llegó una alumna nueva y se extrañó de que no hubiese nota de religión. La monja responsable de la asignatura sólo le dijo: ¿Acaso es evaluable la fe?.
Añado yo que quizá si a uno le suspenden la religión, lo más lógico sería entregarle, en lugar del boletín de notas, la carta de excomunión, ¿o no? Bueno, a ver si aprendemos ya lo que significa mantener en un estado laico una escuela confesional y tomamos medidas para resolver estas esquizofrenias sociales, aunque para ello haya que mirar a nuestros volterianos vecinos del norte.

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